Los males del Libertador don José de San Martín
La figura de José de San Martín [n.1778-m.1850] ha sido glorificada por la historiografía oficial de su país de origen, la Argentina, y por las historiografías de los dos países que lo consideran su Libertador, Chile y el Perú. Sin embargo, esto comenzó al menos tres décadas después de su muerte. San Martín se autoexilió en Europa desde 1824, cuando tenía 45 años, debido a los conflictos políticos en su país entre “unitarios” y “federales”. Vivió en relativa pobreza durante un cuarto de siglo, hasta su muerte a los 72 años en Francia. La transformación del militar transterrado en el “héroe de la patria” fue un desarrollo póstumo, ocurrido especialmente a partir de la publicación de las obras de autores nacionalistas argentinos, como Bartolomé Mitre [n.1821-m.1906], con su ‘Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana’ (1887-1888, 3 vols.) y de Ricardo Rojas [n.1882-m.1957], con la biografía que tituló ‘El Santo de la espada’ (1933).
Las innegables capacidades de organizador y estratega militar de San Martín están en el centro de esta positiva valoración nacionalista. Menos celebrado ha sido su conservadurismo político dentro del proceso independentista. La intensidad de las rivalidades de la política bonaerense, y la inestabilidad de los sucesivos gobiernos porteños, lo llevaron a pensar en una Monarquía Constitucional, idea que otros revolucionarios rioplatenses compartieron (Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo). Cuando llegó al Perú en 1820, San Martín tuvo la posibilidad de implementar ese proyecto político: una monarquía, con un príncipe europeo a la cabeza y un parlamento elegido por votación, podría garantizar la estabilidad política del país, que se había mantenido hasta ese momento como el centro del poder colonial español en Sudamérica.
En las entrevistas que mantuvo con los virreyes Pezuela (en 1820) y La Serna (en 1821), San Martín intentó infructuosamente una salida monarquista negociada. Tras proclamar la independencia en Lima, instaló un gobierno transitorio en la capital y en el Norte peruano, conocido como el “Protectorado” (de agosto de 1821 a setiembre de 1822). Pero sus planes de convencer a las elites peruanas de apoyar un gobierno monárquico no fueron aceptados, por lo que puede decirse que su proyecto político fracasó rotundamente. Además, su aparente inacción ante las fuerzas “realistas”, concentradas en la Sierra Central y Sur, causaron descontento en las filas “patriotas”, tanto entre los civiles como entre los militares. ¿Por qué San Martín no pudo imponer sus planes en el Perú?
Las razones nos las explica el historiador canadiense Timothy Anna, a quien citamos extensamente a continuación:
“Nunca se ha visto bien en la historiografía peruana utilizar la palabra "fracaso" en referencia a San Martín. El retiro voluntario del protector del Perú en septiembre de 1822 siempre ha sido considerado como un acto de heroísmo abnegado --la gloria final en la distinguida carrera de un hombre honesto. De hecho, San Martín se retiró del Perú en 1822 porque había fracasado y lo sabía. Su fracaso está íntimamente ligado con la pregunta general sobre si el Perú quería ser independiente, porque si su cruzada hubiese sido apoyada por un verdadero consenso peruano, él hubiese tenido éxito. Ese hecho esencial ya no puede ignorarse. Habiendo basado su empresa en la premisa de que los peruanos querían la independencia y se apresurarían a apoyarlo, San Martín pagó el precio de no haber juzgado correctamente al pueblo que buscó liberar.” [p.254]
“Tres factores explican el fracaso de San Martín. En primer lugar, cayó en una trampa --la misma trampa que La Serna acababa de evadir. Consideró que Lima era la llave para el Perú, y anticipó difundir la independencia desde la capital al interior. En realidad, ningún ejército basado en Lima podía construir los recursos económicos necesarios para llevar adelante su lucha. La responsabilidad adicional de crear y administrar un gobierno civil dividió la atención de los líderes rebeldes y en última instancia paralizó su capacidad de funcionar. En 1824, cuando Bolívar consiguió destruir el ejército realista, lo hizo desde la base de Trujillo y el campo norteño, no desde Lima, y concentró todos sus talentos en la lucha militar, delegando en otros el poder para que gobernaran por él. En segundo lugar, San Martín, sencillamente fracasó como líder. Destruido por la tuberculosis y adicto al opio, no podía ejercer el comando cotidiano o ejercer la brillante astucia que lo había llevado al Perú en primer lugar. Sus oficiales comenzaron a ponerse en su contra en los mismos momentos en que los ciudadanos de Lima lo hacían. En tercer lugar, y más importante, el Perú en general y Lima en particular --al menos la clase políticamente activa-- no estaban convencidos de que la independencia era deseable. De muchas formas, el gobierno de San Martín fue torpe, inepto, y a menudo estuvo equivocado. No fue el turbulento caos del divisionismo político lo que destruyó a San Martín; en vez de ello, fue el fracaso de San Martín lo que creó la anarquía de 1823 y 1824” [pp.254-255]
“Era de dominio público que San Martín estuvo muy mal de salud durante todo el período que estuvo en el Perú. En esencia, esto causó la pérdida de su liderazgo. Poco después de la Declaración de Independencia, ingresó en un exilio virtual en la casa de campo construida por el virrey Pezuela en Magdalena, a media legua de Lima, dejando el gobierno en manos de tres ministros, de los cuales Bernardo Monteagudo --ministro de Guerra y Marina-- era el más poderoso y pronto el más odiado. Varios informantes dijeron a España que San Martín estaba inactivo, que sufría terriblemente, y que incluso se esperaba que moriría. Pedro Gutiérrez Cos, obispo de Huamanga, informó que cuando huyó a Lima en noviembre de 1821 San Martín estaba "enfermo gravemente de sangre por la boca […]. Se dudaba mucho de que recobrase la salud". En noviembre de 1821, el mismo San Martín escribió a Bernardo O'Higgins, director supremo de Chile, que estaba convencido de la gravedad de su enfermedad y que si continuaba trabajando moriría. Luis Cruz, delegado chileno en Lima, informó después a O'Higgins que "El general San Martín estaba pasando por una de esas crisis que más de una vez han puesto en peligro su salud''.” [p.255]
“La gravedad de la enfermedad de San Martín ha sido descrita sólo recientemente. Según Adolfo J. Galatoire, quien rastreó su historia clínica, San Martín sufría de varios síntomas directos e indirectos de tuberculosis. Contraída cuando era un niño, la enfermedad se manifestó sólo cuando era un adulto, y fue de lo más virulenta desde 1814 hasta inicios de la década de 1820, el período de su participación más activa en la independencia de América. Para el alivio de los dolores de su enfermedad, el médico de San Martín le prescribió el único analgésico de que disponía la medicina de inicios del siglo diecinueve: el opio. San Martín se hizo adicto al opio. Sus consejeros personales y amigos, incluyendo a Tomás Guido y el Supremo Director argentino Juan Martín de Pueyrredón, sabían de su adicción, simpatizaban con él y lo instaron a resistir el hábito. Como lo ha señalado Galatoire, el opio, además de formar un hábito, requería de mayores cantidades a medida que la tolerancia de San Martín a este crecía. En el caso de San Martín las grandes dosis causaban no solamente la normal euforia inicial, sino una euforia sostenida con cambios de conducta funcionales, combinados con depresión y constipación. Cuando el efecto de la droga pasaba, San Martín estaría exhausto y deprimido y sufriría de dolores gástricos y de extremas náuseas y vómitos, necesitando más dosis para mitigar estos efectos. Puede o no que su juicio haya estado afectado. Sin embargo, tanto contemporáneos como historiadores han señalado ciertas decisiones cruciales que fueron objeto de especial crítica --incluyendo su negativa a atacar al ejército de Canterac en setiembre de 1821 cuando se situó cerca de Lima para liberar a la guarnición realista en el Callao; su continuo apoyo a su muy odiado y temido ministro, Bernardo Monteagudo; su abierto cortejo a la idea de establecer un príncipe europeo en el Perú como monarca; y su respaldo a la contraproducente campaña de persecución contra los españoles en Lima--. El apoyo popular a su gobierno se hundió, sus tropas desertaron, y sus ejércitos eran notoriamente inútiles. Es una señal de la habilidad de San Martín que lograra hacer tanto, antes que su cuerpo y espíritu se agotaran más allá de toda posibilidad.” [pp.255-256]
Es verdaderamente admirable que, bajo esas limitantes condiciones de salud, San Martín haya podido lograr la independencia chilena (1818), organizar la “Expedición Libertadora (1820) y asentado un primer gobierno autónomo en el Perú (1821-1822). Más no podría pedírsele.
Referencias
Bartolomé Mitre [1821-1906], ‘Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana (según nuevos documentos)’ (Buenos Aires: Impr. de "La Nación", 1887-1888), 3 vols.
Tomo 1:
Tomo 2:
Tomo 3:
Timothy E. Anna, ‘La caída del gobierno español en el Perú: El dilema de la independencia’ [1979]. Traducción de Gabriela Ramos (Lima: IEP, 2003).
* El estudio citado por Anna es: Adolfo J. Galatoire, ‘Cuáles fueron las enfermedades de San Martin’ (Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1973).
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