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Kafka y sus manuscritos: una historia más kafkiana que su obra




Franz Kafka, el escritor checo de lengua alemana que se convirtió en uno de los grandes exponentes de la literatura del siglo XX, vivió atormentado por su propia obra y su destino como autor. En vida, Kafka publicó muy poco y fue extremadamente autocrítico con sus escritos, llegando a considerar que su trabajo no merecía la luz pública. Por ello, dejó una instrucción a su amigo y albacea Max Brod: tras su muerte, debía quemar todos sus manuscritos, diarios, cartas y textos inéditos. Esta petición, que podría parecer un acto de humildad o desesperación, revela la compleja relación de Kafka con su creación literaria, marcada por la inseguridad, la introspección y un profundo sentido de privacidad.


En sus cartas, Kafka insistía en que sus escritos eran demasiado personales y que no debían ser revelados al mundo. La idea de que sus textos pudieran ser leídos después de su muerte le causaba angustia. Sin embargo, esta voluntad no fue cumplida, y la historia posterior de sus manuscritos se convirtió en una trama digna de sus propias novelas: llena de giros inesperados, conflictos legales, desapariciones y resurgimientos, que han hecho que el destino de sus textos sea tan fascinante y enigmático como su obra misma.


Max Brod: el amigo que desobedeció para salvar la literatura


Max Brod, escritor, periodista y amigo cercano de Kafka, fue el encargado de ejecutar el último deseo del autor. Sin embargo, Brod decidió desobedecer la petición de Kafka y conservar los manuscritos. Para Brod, la obra de Kafka tenía un valor literario y humano que merecía ser preservado y difundido. Él creía que Kafka no habría querido que su trabajo desapareciera para siempre, y que la posteridad debía tener la oportunidad de conocer su genio.


Brod no solo salvó los textos, sino que se encargó de editarlos y publicarlos, comenzando con El proceso y El castillo, obras que Kafka no había terminado ni publicado en vida. Gracias a esta decisión, Kafka pasó de ser un escritor casi desconocido a convertirse en una figura central de la literatura universal. Brod, sin embargo, mantuvo un control absoluto sobre los manuscritos, organizándolos, corrigiéndolos y editándolos, lo que generó debates sobre la fidelidad de las ediciones.


La relación entre Kafka y Brod es un ejemplo de lealtad y traición al mismo tiempo: Brod traicionó la voluntad expresa de Kafka, pero fue leal a su legado literario y a la humanidad, preservando una obra que de otro modo se habría perdido para siempre.


De Praga a Tel Aviv: manuscritos en fuga y décadas de incertidumbre


La historia de los manuscritos no terminó con la muerte de Kafka ni con la decisión de Brod. En 1939, ante la amenaza nazi, Max Brod huyó de Praga rumbo a Palestina, llevando consigo los papeles de Kafka en una maleta. Este traslado fue crucial para la supervivencia de los documentos, ya que en Europa muchos archivos judíos fueron destruidos o confiscados durante la Segunda Guerra Mundial.


En Tel Aviv, Brod continuó trabajando para publicar y preservar la obra de su amigo, pero también fue acumulando los manuscritos y documentos personales. A su muerte en 1968, Brod dejó el archivo a su secretaria y confidente Esther Hoffe, con la indicación de que los manuscritos debían ser entregados a una biblioteca pública, preferentemente en Jerusalén.


Sin embargo, Hoffe mantuvo los documentos en su poder durante décadas, guardándolos en su departamento y en bóvedas bancarias en Israel y Suiza. En algunos casos, vendió piezas importantes, como el manuscrito original de El proceso, en subastas privadas, lo que generó controversia y despertó la atención internacional sobre el destino de estos textos.


El laberinto legal: herederos, subastas y tribunales


Tras la muerte de Esther Hoffe en 2007, los manuscritos pasaron a manos de sus hijas, quienes se negaron a entregar la colección a la Biblioteca Nacional de Israel, contrariando la voluntad de Max Brod. Comenzó entonces una batalla legal que duró más de una década, con múltiples demandas y apelaciones en tribunales de Israel, Alemania y Suiza.


Las herederas defendían su derecho de propiedad sobre los documentos, argumentando que eran una herencia privada. Por otro lado, la Biblioteca Nacional y el Estado israelí sostenían que los manuscritos eran patrimonio cultural y que debían estar disponibles para el público y la investigación.


La disputa incluyó la recuperación de documentos que habían sido guardados en bóvedas bancarias en Suiza, la revisión de contratos de venta y la negociación sobre la custodia y conservación de la colección. Esta batalla legal fue calificada por la portavoz de la Biblioteca Nacional de Israel como “una historia kafkiana”, debido a su complejidad, sus vueltas inesperadas y la dimensión casi surrealista del conflicto.


El fallo de la Corte Suprema de Israel y la llegada definitiva a Jerusalén


En 2016, la Corte Suprema de Israel dictaminó que los manuscritos debían ser entregados a la Biblioteca Nacional de Israel, en Jerusalén, para su conservación y acceso público. El tribunal consideró que el legado de Kafka es un bien de interés universal y que la intención de Max Brod, aunque no explícita en todos sus detalles, apuntaba a que los textos fueran preservados para la posteridad y no privatizados.


Este fallo puso fin a años de incertidumbre y permitió que la colección completa, que incluye cartas, diarios, dibujos, borradores y textos inéditos, fuera finalmente reunida en un solo lugar. Desde entonces, la Biblioteca Nacional ha digitalizado gran parte del archivo, poniendo a disposición de investigadores y público general documentos que enriquecen la comprensión de Kafka como persona y como escritor.


Entre los documentos destacan un cuaderno en el que Kafka practicaba hebreo, tres borradores diferentes de la historia Preparativos de boda en el campo, cientos de cartas personales, dibujos y diarios íntimos. También se encuentran las cartas que Kafka escribió a su padre, en las que se revelan aspectos profundos de su vida familiar y emocional.


¿A quién pertenece Kafka? La identidad y el legado universal


La pregunta sobre la “propiedad” de Kafka trasciende el plano legal y se adentra en el terreno cultural y simbólico. Kafka nació en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, en una familia judía de habla alemana, en un entorno multicultural donde convivían checos, alemanes y judíos. Por ello, su identidad es compleja y ha sido objeto de múltiples interpretaciones.


¿Es Kafka un autor alemán, por el idioma en que escribió? ¿Es un escritor checo, por su lugar de nacimiento y contexto? ¿Es un autor judío, por su herencia cultural y religiosa? ¿O es, como muchos sostienen, un autor universal, cuya obra habla de la condición humana más allá de nacionalismos o identidades específicas?

El destino de sus manuscritos, que viajaron de Europa a Palestina y hoy reposan en Israel, refleja esta complejidad. Kafka es un puente entre culturas, un símbolo de la diáspora, de la lucha por la memoria y la identidad, y un faro para la literatura mundial.


Un epílogo digno de Kafka: la paradoja de la destrucción y la supervivencia


La historia de los manuscritos de Kafka es, en sí misma, una novela kafkiana. La voluntad expresa del autor de destruir su obra fue desafiada por la amistad y la convicción de Brod, que la salvó para el mundo. Luego, la colección fue objeto de huidas, ocultamientos, ventas y litigios que parecían destinados a hacer desaparecer lo que Kafka quiso borrar.


Pero, irónicamente, esa misma voluntad de destrucción y secreto terminó por hacer que su obra fuera aún más legendaria. El destino de sus textos es un reflejo de los temas que Kafka exploró: la lucha contra sistemas opresivos, la burocracia, la paradoja de la ley, el absurdo y la fragilidad de la existencia.


Hoy, los manuscritos de Kafka están al alcance de todos, digitalizados y preservados, para que su obra siga inspirando a generaciones. Y así, Kafka, el hombre que pidió el olvido, se ha convertido en un símbolo eterno de la literatura y de la condición humana, cuya historia personal y literaria sigue fascinando y desafiando a quienes se adentran en su mundo.


Esta historia, tan llena de giros y contradicciones, es un homenaje a la complejidad de Kafka y a la fuerza de la palabra escrita, que puede sobrevivir incluso a la voluntad de su creador. Una historia que, sin duda, él mismo habría considerado digna de una de sus novelas.

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