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Fake news del siglo XVI: Cómo Hernán Cortés manipuló el relato de la Noche Triste

Actualizado: 1 jul



La madrugada del 30 de junio al 1 de julio de 1520 pasó a la historia como uno de los episodios más dramáticos de la conquista de México: la Noche Triste. Según la narrativa oficial que sobrevivió durante siglos, fue una retirada heroica, donde las tropas de Hernán Cortés, sitiadas en Tenochtitlan, lucharon a brazo partido contra miles de guerreros mexicas. La imagen más popular, incluso hasta hoy, es la de un Cortés abatido, llorando bajo un árbol, pero decidido a reagruparse para seguir la lucha. Sin embargo, la realidad fue otra, mucho más caótica, sangrienta y humillante para los conquistadores. La retirada no fue un repliegue estratégico, sino una huida desesperada en medio de la noche, donde el terror, la confusión y el desorden se apoderaron de los invasores. Atrapados en una ciudad que conocían poco, cargados de botín saqueado y perseguidos por un enemigo que dominaba el terreno, los hombres de Cortés fueron aniquilados en grandes números. Cientos murieron ahogados en los canales, otros aplastados por sus propios compañeros en el intento de cruzar puentes destruidos, y muchos más fueron alcanzados y ejecutados por los guerreros mexicas que atacaban desde todas las direcciones. Lo que la propaganda cortesiana presentó como un momento de sacrificio heroico fue, en realidad, una derrota estrepitosa, resultado directo de errores tácticos, soberbia y subestimación de la capacidad de resistencia de los pueblos originarios.


Pero esta versión de los hechos no fue espontánea ni objetiva. Fue construida, editada y manipulada por el propio Cortés y sus cronistas de confianza, en una operación de propaganda temprana que hoy, en lenguaje contemporáneo, podemos llamar una fake news de Estado del siglo XVI.


Cortés ante el tribunal de la opinión real


Cuando ocurrió la Noche Triste, Cortés no solo luchaba en el campo de batalla. Enfrentaba un juicio político en España, aunque a la distancia. Recordemos que su expedición había partido de Cuba en 1519 sin autorización expresa del gobernador Diego Velázquez, lo que convertía su empresa en técnicamente ilegal.

Cualquier fracaso militar en ese contexto era más que una simple pérdida: significaba darle munición política a sus enemigos en la corte española, quienes ya reclamaban que Cortés fuera arrestado, depuesto o incluso ejecutado por desobediencia.

Por eso, la forma de contar la historia sería clave. Cortés sabía que la pluma, en su caso, era tan importante como la espada.


Las Cartas de relación: Un documento de defensa personal


Cortés escribió cinco Cartas de Relación dirigidas al emperador Carlos V. La segunda, escrita en octubre de 1520 desde Segura de la Frontera, es la que relata la Noche Triste. Desde el inicio, el tono es claro: Cortés se presenta como un leal servidor de la Corona, un cristiano ejemplar y un líder injustamente atacado por fuerzas externas.


Veamos algunas estrategias narrativas que empleó:


  • Minimizar el origen de la revuelta: La rebelión mexica fue presentada como una traición súbita, sin mayor contexto. Cortés omite que el levantamiento se desató tras la brutal matanza del Templo Mayor, cometida por Pedro de Alvarado contra nobles y sacerdotes mexicas durante una ceremonia religiosa.

  • Manipular las cifras: Cortés reportó la pérdida de aproximadamente 150 españoles y "un número indeterminado de indígenas aliados". Otros testimonios elevan esa cifra a más de 800 españoles y miles de aliados tlaxcaltecas. La discrepancia en las cifras fue una clara estrategia para reducir la percepción del desastre.

  • Enfatizar la valentía: La narración destaca la habilidad táctica de Cortés y la valentía de sus hombres. El sufrimiento se convierte en mérito. La retirada no fue derrota: fue una acción heroica ante una fuerza numéricamente superior.

  • Exaltar la providencia divina: Cortés habla de cómo “Dios nuestro Señor” permitió que escaparan para continuar la misión de cristianizar y civilizar a los indígenas. El desastre militar se convierte así en parte de un plan divino.


Los cronistas al servicio del relato


Hernán Cortés no estuvo solo en la tarea de construir una narrativa que maquillara la magnitud de su derrota en la Noche Triste. A lo largo de los años, diversos cronistas, cada uno con su estilo y sus propios intereses, fueron ampliando, adornando o incluso corrigiendo la versión original que el conquistador había tejido en sus Cartas de Relación. Pero más allá de las diferencias de matiz, todos acabaron reforzando el núcleo del relato cortesiano: la imagen de un líder heroico enfrentado a una catástrofe inevitable, víctima de la traición indígena y la adversidad del destino.


Uno de los principales arquitectos de esa versión fue Francisco López de Gómara. Aunque nunca pisó América, su cercanía personal con Cortés —fue su secretario durante años— le otorgó acceso privilegiado a la versión de los hechos contada de primera mano por el propio protagonista. En su obra La conquista de México, publicada décadas después de los acontecimientos, Gómara construyó una crónica que más que relatar, glorificaba. La figura de Cortés emergía casi mitificada, presentada como un estratega insuperable y un hombre elegido por la providencia para consumar la empresa de la conquista. La Noche Triste, en sus páginas, no fue tanto una derrota militar como un momento de sacrificio heroico, parte del necesario martirio que precede a la victoria final.


Frente a esta versión, otro cronista, Bernal Díaz del Castillo, veterano de la conquista y testigo presencial de los hechos, intentó ofrecer un relato más equilibrado. En su famosa Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal se propuso corregir las exageraciones y omisiones que había detectado en la obra de Gómara. No obstante, aunque más crítico y detallista, Bernal no rompió con la estructura general del relato cortesiano. Su narración también recogió la épica de la retirada, resaltó el sufrimiento de los españoles y, en definitiva, consolidó la idea de la Noche Triste como una tragedia heroica. Bernal añadía un dramatismo humano que faltaba en Gómara, pero el resultado seguía favoreciendo la imagen de Cortés como líder tenaz y valeroso.


Otros cronistas menores, como Vázquez de Tapia y diversos autores de crónicas locales y relaciones posteriores, repitieron y amplificaron la versión cortesiana. Algunos reconocieron un número mayor de bajas o introdujeron detalles escabrosos sobre el caos de la retirada, pero en términos generales, ninguno se atrevió a cuestionar el relato fundacional: la Noche Triste como una dura prueba en el camino hacia la inevitable victoria española. Así, incluso las discrepancias o las correcciones terminaron funcionando como elementos que enriquecieron el drama cortesiano, sin desmontar sus pilares esenciales.

Con el paso de los años, la insistencia de estas voces convirtió la versión de Cortés en la historia oficial, la que sería reproducida en libros, escuelas y manuales durante siglos, eclipsando por completo otras posibles interpretaciones del evento.


¿Y las voces indígenas? La historia silenciada


Mientras el relato español sobre la Noche Triste se consolidaba en Europa, en el corazón de Mesoamérica se gestaba una versión distinta, contada en otra lengua, desde otro dolor y con un sentido profundamente opuesto. Pero esa visión, nacida de las comunidades indígenas que vivieron y resistieron la invasión, quedó durante siglos relegada al silencio o a los márgenes de la historiografía.


Una de las pocas ventanas que nos permite asomarnos a esa otra memoria es el Códice Florentino, obra monumental elaborada bajo la dirección de fray Bernardino de Sahagún en las décadas posteriores a la conquista. Recopilado gracias al testimonio de ancianos sabios mexicas, el códice recoge la versión indígena de muchos episodios clave de la conquista, incluida la Noche Triste. Lo que emerge de sus páginas es el relato de una resistencia organizada y legítima, una respuesta desesperada pero estratégica frente a la ocupación extranjera. La ofensiva contra los españoles aquella noche fue vista como un acto de justicia y de defensa del mundo mexica.


Otro testimonio fundamental son los Anales de Tlatelolco, redactados en náhuatl hacia mediados del siglo XVI por autores indígenas anónimos. Este documento proporciona detalles que contrastan radicalmente con las crónicas españolas. La masacre del Templo Mayor, por ejemplo, no aparece como un simple malentendido o una reacción táctica, sino como una profanación sangrienta y gravísima, un sacrilegio que rompió todas las normas de convivencia y hospitalidad.


La retirada de las tropas de Cortés, lejos de ser una retirada militar ordenada, fue descrita como una fuga desesperada y caótica. Los mexicas atacaron por todos los flancos, aprovechando su conocimiento del terreno y la superioridad numérica. Según estos relatos, cientos de soldados españoles murieron ahogados en los canales, aplastados por sus propios compañeros o rematados por los guerreros mexicas en calzadas y puentes rotos. La descripción indígena es explícita en mostrar el pánico, la desorganización y el desmoronamiento total del ejército invasor.


Lo más significativo de estas fuentes indígenas no es solo el contraste de cifras o detalles tácticos. Es el cambio absoluto en el marco moral y político de los hechos. Lo que para Cortés y sus cronistas fue una noche trágica pero épica, para los mexicas fue una victoria legítima, un acto de dignidad y de defensa cultural ante un enemigo agresor. La noche que en Europa se lloró, en Tenochtitlan se celebró como un triunfo.


Sin embargo, al carecer de control sobre las estructuras de publicación y difusión —y debido también a la posterior represión y censura de las voces indígenas durante la época colonial— estas crónicas quedaron confinadas a manuscritos locales, ignorados por los grandes centros editoriales de la época. Durante siglos, la historia oficial siguió siendo la escrita por los vencedores. Solo en tiempos recientes, gracias a la labor de historiadores y lingüistas, estas voces indígenas están recuperando su espacio en la memoria colectiva.

La Noche Triste, vista desde el otro lado, fue en realidad una noche victoriosa para los pueblos que se atrevieron a resistir. Una verdad que durante mucho tiempo permaneció soterrada bajo la propaganda cortesiana, pero que hoy empieza a reclamar el lugar que merece en la historia.


Manipulación iconográfica: cómo se ilustró la "derrota heroica"


El relato visual también jugó su papel. Durante los siglos posteriores, las representaciones pictóricas de la Noche Triste fueron siempre europeas:

  • Cortés es mostrado cabizbajo pero digno, llorando por sus hombres.

  • Los mexicas aparecen como hordas anónimas, casi deshumanizadas.

  • El entorno se pinta oscuro, dramático, cargado de simbolismo cristiano.

Incluso el famoso árbol donde Cortés supuestamente lloró se convirtió en sitio de peregrinaje simbólico, transformando el lugar de la derrota en monumento al sacrificio español.


El mito del líder dolido pero invicto


La imagen de Cortés llorando fue crucial. ¿Por qué? Porque servía para reforzar tres cosas:

  1. Su humanidad: No era un conquistador despiadado, sino un hombre que sufría por sus soldados.

  2. Su liderazgo: A pesar del dolor, siguió adelante y luego reconquistó Tenochtitlan.

  3. Su heroísmo providencial: Un líder bendecido que, aunque momentáneamente derrotado, estaba destinado a triunfar.

Esta figura moralmente redimida fue esencial para que la Corona española lo perdonara por sus actos de insubordinación y desobediencia inicial.


El objetivo final: salvar su pellejo político


Todo este aparato de propaganda tenía un objetivo central: evitar que el rey Carlos V lo castigara o lo reemplazara como gobernador de la Nueva España. Cortés entendía que el relato de la derrota, si era bien manejado, podía fortalecer su imagen como un líder que nunca se rendía. La mejor defensa, en este caso, fue una buena historia.


Y funcionó. En 1522, el emperador Carlos V lo confirmó como Capitán General y Gobernador de la Nueva España. La manipulación cortesiana no quedó como una anécdota: formó parte de la narrativa imperial que durante siglos justificó la violencia colonial en América.


La Noche Triste se convirtió en sinónimo de la “fortaleza de carácter español”, ignorando el hecho de que fue, en realidad, una victoria indígena aplastante. Hoy, gracias a los estudios comparados entre crónicas indígenas y españolas, así como a investigaciones arqueológicas y documentales recientes, podemos empezar a desmontar este mito.


La Noche Triste es un caso paradigmático de manipulación de la información con fines políticos y propagandísticos. Cortés entendió, mucho antes que cualquier experto en relaciones públicas, que quien controla el relato, controla la historia. Lo que ocurrió aquella noche en los canales y calzadas de Tenochtitlan fue una derrota, pero gracias a la pluma de Cortés y de sus cronistas aliados, la posteridad la recuerda como otra cosa. En la era de las fake news, vale la pena recordar que la manipulación informativa no nació con las redes sociales: empezó hace 500 años, con tinta, papel... y ambición de poder.


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