Estudiar una guerra o vivirla: el reto de esta generación en la historia
- Susana Aldana Rivera
- 1 jul
- 5 Min. de lectura

Uno de los temas que solía fascinar a los jóvenes estudiantes era la Segunda Guerra Mundial: los héroes, las batallas. Pero ahora, si bien se mantiene una suerte de línea de interés, hay tal exacerbación de héroes y guerras en la pantalla, que les interesa medianamente el tema que remite a hombres de verdad con proceso de reales. Los dibujos y las películas suelen ser más atractivos que la abstracción sobre gente que vivió en el pasado y que no llegan a ver en imágenes. Además, tienen tan naturalizada la violencia en las noticias de su entorno que ven, pero no miran y oyen más no escuchan.
¿Bueno, malo? Solo afirmemos que la desconexión juvenil es bastante amplia y general y la realidad y la irrealidad se confunden en su mundo tecnologizado donde el espacio-tiempo se han vuelto prácticamente una sola categoría. Los problemas surgen y se les vuelven visibles cuando, por la necesidad social peruana de pasar por la universidad, los estudiantes comprenden la complejidad de la trama histórica detrás. La sorpresa es enorme cuando descubren que la Historia es más que fechas y nombres; que hay que entender el entramado humano en el tiempo para entender su propio tiempo y lo que va más allá del video que ven o más bien graban.
Algo que descubren arduamente porque esta generación está acostumbrada al copy & paste y tienen la pandemia detrás; les falta del hábito de pensar. No estoy tocando el impacto emocional que supuso el encierro del COVID -que ciertamente los profesores lo percibimos- sino me refiero al uso del zoom: dependientes de la pantalla, apagada en clase por supuesto, aunque con varios programas abiertos en paralelo- y sobre todo, de la grabación. El rewind que le permite escuchar una y otra vez, la sesión de clase, adelantándola o retrocediéndola a voluntad; un video más a su experiencia de múltiples videos. A lo cual ahora se le suma, el IA que lo tienen en su tercera mano, el celular.
Interesante, sin computadora, la línea del discurso se les pierde rápidamente y sólo recuerdan -si recuerdan- trozos.
Una explicación de 30 minutos sobre un proceso, como los entresijos que llevaron a la segunda guerra mundial, es un exceso; les llama la atención, pero les es muy difícil de comprender porque apenas alcanzan a ser analfabetos funcionales -que sabemos que fue el gran descubrimiento educativo en torno a los años del 2010. Hoy viven crecientemente desconectados de su cotidiano real, viven pegados al celular, participando activamente de su mundo digital global e irrealmente real.
Estamos de acuerdo que cada generación ha tenido sus propios retos a enfrentar. La mía, la ochentera universitaria, la violencia y la politicidad desbordante y desbordada cuyos ecos todavía se escuchan con fiereza; allí nacieron todos esos conceptos que se utilizan hoy en una sociedad igualmente desbordada por el miedo y atrincherada en un fuerte conservadurismo: la izquierda omnipresente -aunque etérea-, el terrorismo y los terrucos, el comunismo internacional.
Los noventeros tuvieron que enfrentar la dictadura, cómoda para muchos que emergieron, pero desinstitucionalizadora para todos; los 2000 con el compás a la nada por el cansancio social de la supervivencia socioeconómica de finales del siglo XX para que finalmente, 2010 fuera, en el Perú, ya no la dicotomía ciudad- campo sino la región volcada hacia la conquista de la ciudad y luego del estado, en paralelo a un contexto signado por la emergencia de los socialismos del siglo XXI, bajo cuño chino más que ruso ex soviético en un mundo no más internacional sino global.
Incluso, esta última división chino-ruso se diluía a inicios del siglo XXI porque emergía el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, 2006-2011) y establecía un contrapeso al tradicional polo de poder capitalista americano. En esos años en que esta generación de jóvenes ya estaba nacida, se desarrolló una nuevo tipo guerra económica mercantil: Obama con sus TLC y sus acuerdos TTP (Tratados de Libre Comercio y Tratados TransPacíficos) que se enfrentó al BRICS (ca.2014-2018) y donde, aparentemente, ganó el primero y perdieron los segundos. En el fondo, las muestras reales de una crisis civilizatoria anunciado desde mediados de la segunda mitad del siglo XX, con la Aldea global de McCluhan (1960), el debate de Habermas y Lyotard (1979-1983/5), los Chicago Boys con M. Friedman a la cabeza (1970), Fukuyama y el fin de los tiempos (1989) y Huntington con su choque de civilizaciones (1993). Cada teórico analizando su propia situación de vida y su contexto socioeconómico. Muchos más podrían ser nombrados; por cierto, como no hacer espacio para leer a Byung- Chul Han y su Sociedad del Cansancio (2010) cuyo simple título resume lo teorizado.
Esta generación tiene retos muy distintos; incluso quizás cualitativamente mayores que los vividos anteriormente por la cantidad de estímulos y data que se les ofrece a cada momento: lo global y lo cibernético los alcanza cotidianamente y sin que se den cuenta cabalmente de la situación; siempre están conectados y siempre con ruido alrededor. Pero cuando comienzan a consumir videos, entendiéndolos, y no solo subsumiéndolos, como un conjunto de imágenes que estoy acostumbrada a ver pero no a interpretar, interesantemente, despiertan -algunos de golpe-, y descubren que más allá de los pantallas, se encuentran situaciones reales; que no se trata de héroes o villanos, ni de batallas abstractas sino a situaciones reales y concretas que, incluso, pueden estar en su entorno.
Aquellos nombres que estudian con la segunda guerra mundial, como la Operación Barbaroja, el Día D u operación Overlord, se les confunde con las Declaraciones, las Conferencias, los Acuerdos y Tratados. No obstante, de pronto, todo toma sentido cuando se les hace notar lo que viven, que la guerra Rusia- Ucrania; que las tensiones Pakistán- India; que el Domo de Hierro, la honda de David, la Cúpula dorada. Nombres a los que, día a día, se le suma una nueva novedad, una tensión más, una creciente violencia. Como aquella sin nombre: Gaza y la lenta condena a muerte de dos millones de personas.
No todos juntos, pero en distintos momentos a lo largo del tiempo, los jóvenes entienden, aunque no sé si comprenden los múltiples espacios de violencia y guerra que los enmarca. Una violencia naturalizada que tampoco se si tiene parangón en la historia humana: todos conectados y todos sumidos en una vivencia de violencia constante y miedo. Los jóvenes estudiantes viven una guerra cotidiana, en si mismos por despertar por el conocimiento y conseguirlo; en el Perú, por la violencia cotidiana naturalizada en su entorno que les permite comprender las guerras de que se habla en su alrededor y finalmente, por las guerras de las que se van enterando conforme descubre, curiosamente, el placer de la cultura. Unos jóvenes que no sólo estudian varias guerras, sino que las viven; una generación con muchos y difíciles retos que descubre como en un año se puede vivir muy poco y en un día, vivir mucho.
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