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El LUM y la destrucción de la memoria




"El abandono del LUM". Esta frase fue la sentencia con la que inició el programa La Encerrona de Marco Sifuentes el viernes 7 de febrero. Así, daba cuenta del estado actual del Lugar de la Memoria y la Inclusión Social. El periodista mencionaba que el LUM ya ni siquiera contaba con los servicios más básicos, como el agua y la luz; ni qué decir de la nula programación de actividades culturales y museográficas, a las que ya nos tenían acostumbrados. Es sorprendente cómo ni siquiera se ha intentado camuflar esta desidia, o al menos hacer amagos que permitan disimular lo que podemos presumir son las intenciones del gobierno respecto a este lugar de memoria.


Es claro el desprecio de la coalición de gobierno hacia todo lo que implique memoria, respeto por los derechos humanos, pilares mínimos para la construcción de un Estado, entre muchos otros, por supuesto. Pero la actitud del gobierno pasa del desprecio, o incluso la indiferencia, a la más férrea ofensiva si de oposición al régimen se trata, como ya quedó de manifiesto en las masacres de las protestas. Y es que es necesario tener presente que los actores políticos que participaron en el conflicto armado interno hace casi treinta años, al día de hoy, han vuelto a tomar el poder político a través del Parlamento, y es allí donde se está llevando a cabo un desmantelamiento de toda narrativa que los recuerde como lo que son: no solo perpetradores, sino también agentes de la política neoliberal implementada por el régimen de Alberto Fujimori. Un modelo que siguen defendiendo a sangre y fuego, aunque ya no nos encontremos en un conflicto armado; y eso es lo más pavoroso del asunto.


Muchos podrían afirmar, sin temor a equivocarse, que el abandono del LUM comenzó con el retiro de Manuel Burga de la Dirección. Sin embargo, me pregunto qué tan cierta puede ser esa afirmación. O incluso, qué paradigmas de memoria se buscan defender. Al revisar la entrevista que el medio Ojo Público realizó a Manuel Burga, se evidencian omisiones y silencios que revelan el modelo de trabajo seguido:


Burga menciona que en todo lugar de memoria, el centro debe ser la víctima. Sin embargo, dentro de un marco de dicotomías intransigentes, sugiere que solo se puede considerar víctimas a la población civil o a los combatientes contrasubversivos, dejando fuera lo evidente en toda guerra: la vejación del enemigo mediante torturas, violaciones sexuales, desapariciones forzadas, etc. Actos terribles también perpetrados por las Fuerzas Armadas, no solo contra inocentes, sino también contra subversivos (y no solo en situaciones de combate, como podría sugerirse). Basta revisar los Convenios de Ginebra para comprender este punto.


¿No es posible pensar a los actores que participaron en el conflicto como víctimas/victimarios? Es que acaso, ¿cabe olvidarnos de que al ser permisivos con esos actos crueles respecto [supuestamente] solo a “determinadas personas”, en realidad se abre la puerta para las atrocidades que, en efecto, llegaron a suceder?

Más allá de la entrevista de Ojo Público, tenemos el trabajo museográfico que nos ofrecía el LUM. Línea de trabajo que, parecía que en los últimos años se había convertido en una propuesta funcional a la narrativa de quienes hoy han recobrado el poder político: los sectores conservadores y Fuerzas Armadas. Ello, aunque puede ser tomado como una lectura interpretativa de mi parte, es posible sostenerlo en algunos hechos: 


  1. Línea de tiempo del trabajo de Dircote en la muestra permanente


En el segundo nivel del LUM, pasos antes de llegar a la Sala Mamá Angélica, un/a visitante cualquiera se puede topar con una larga y nutrida línea de tiempo que muestra las producciones culturales de tipo escrito, musical, teatral, de caricatura, etc., todos estos, correspondientes a la época del conflicto armado interno. Cuando termina esta línea de tiempo, empieza otra que narra o describe los hitos de la lucha antisubversiva de Dircote, de manera cronológica. Lo que llama la atención de esta otra línea de tiempo es que esta no culmina en el año 2000 -tomando como referencia los periodos de la CVR-, ni cerca. Por el contrario, es una línea que se sigue nutriendo hasta el día de hoy sobre hechos recientes – lo que genera cierto desconcierto, pues, estamos en el Lugar de la Memoria, más que en un medio de prensa abocado a recoger hechos recientes y/o actuales-. Es así que uno puede ver en esta misma línea de tiempo, como parte de la he roi ca lucha antiterrorista, desde la fecha de hallazgo de las primeras pistas para capturar a Abimael Guzmán, hasta los casos relacionados al Movadef como Perseo y Olimpo.


Ambos casos expuestos desde hace un par de años, sin que hubiera sentencia. ¿Qué es lo problemático de esto? Justamente ello. Exponer en la muestra permanente y asumir la narrativa concluyente de que las personas involucradas en los casos de Perseo y Olimpo, sí están relacionadas a SL, cuando justamente esa es la premisa que se debate judicialmente. Es por decirlo menos, aventurero en un recinto que exige cierta rigurosidad. A mi criterio, hace varios años que el LUM asumió un rol de bastante funcionalidad frente a la narrativa de Dircote, y lo que solemos entender por terruqueo (este acto de sostener quién es o quién parece terruco, centrando la atención en el individuo señalado, más no en los actos [o no]realizados).


  1. Redes sociales del LUM


Algo se hizo notar en las últimas publicaciones de redes sociales del LUM, y es que poco a poco, su lenguaje se fue haciendo cada vez más tímido; y escrupuloso cuando se trataba de recordar algunas efemérides. Poco a poco se hacía más velada la información que publicaban, cuando esta abordaba las vulneraciones de derechos humanos cometidas por las Fuerzas Armadas del Estado peruano. Revisando la publicación realizada en el 2024 por la matanza de los penales, el asesinato de Leonor Zamora, entre otras, se hace notar ese texto dubitativo. En el caso de la matanza de los penales se llegó a añadir la frase “el Estado encargó a miembros de La Marina resolver la situación”. Esta inocente selección de palabras, casualmente, podría traernos el eco de las viejas justificaciones que siempre se han dado por parte del Estado, en relación a las vulneraciones perpetradas. Particularmente, me es difícil pensar que no hubo nadie que se percatara de ello, por parte del LUM.


Es en la entrevista de Ojo Público que recién el ex director del LUM expone las presiones políticas que recibía para modificar la narrativa del LUM, sin embargo, creo que es natural que la pregunta asome; ¿por qué no se denunció antes este tipo de presiones? Tal vez, hubiera podido ser de utilidad contar con este tipo de información, de manera preventiva, a fin de intentar evitar el resultado que tenemos hoy por hoy.


  1. Activismo por la memoria del Ejército.


No es el propósito de este texto silenciar otras memorias distintas a las de las víctimas, como la de las FFAA. Sin embargo, no me parece menor la imagen de los soldados del Ejército en el escenario del auditorio del LUM, sosteniendo el mensaje “No fue conflicto armado, fue terrorismo”, hecho ocurrido en abril de 2024. Especialmente me resultó curioso, ya que en eventos a los que he asistido, que rescatan la memoria de ese lado de la historia, los conferencistas que escuché siempre usaban el término “guerra” mucho más que “terrorismo”. Pero claro, los tiempos han cambiado, y ahora toca alinearse con este momento de desmantelamiento de todo sentido que se contraponga a la memoria de la salvación, como lo describen Barrantes y Peña (2006). Y, por supuesto, también toca sumarse al terruqueo, una herramienta tan necesaria para ciertos sectores políticos en los últimos años.


Tampoco es mi intención centrarme en el rigor académico ni ampararme en el Derecho Internacional para afirmar lo que se repite constantemente desde los estudiosos de este campo: “el conflicto armado no niega los actos de terrorismo cometidos”, punto con el que también estoy de acuerdo. Sin embargo, insistir en esta afirmación sin más, resultaría insuficiente, pues ese acto no parte de un supuesto desconocimiento, sino de una intención política, y debe leerse de esa manera. Por ello, me resulta curioso que al menos el LUM no expresara el mínimo reproche por este gesto, que, insisto, tenía una clara intención política. Por el contrario, creo que su silencio, de alguna manera, convalidó el acto. Cabe preguntarse o imaginarse los motivos detrás de ello. Es claro que el modelo de trabajo que ha seguido el LUM, así como las políticas públicas de memoria del país, siempre han sido del tipo relato cohesionado, partiendo de la CVR. No obstante, siempre se ha sido concesivo cuando se trata de actos como el descrito, que, lejos de buscar un espacio entre las narrativas y memorias, lo que busca es el avasallamiento y la imposición por encima de otras, y eso sí representa una problemática.


Las políticas de la memoria


Es a partir del retiro del cargo de Director del LUM del Dr. Burga que ha salido al menos una decena de artículos publicados en distintas plataformas abocadas a la difusión de los Derechos Humanos; y al menos los que pude revisar, sostenían posturas muy similares. Comúnmente, giraban en torno a las ideas de que el LUM permite conocer nuestro pasado reciente, que los lugares de memoria son una forma de reparación simbólica, o incluso, que estos fortalecen la democracia, y visibilizan a las víctimas del conflicto, punto que siempre es necesario resaltar. Creo que todas las reflexiones que pude leer contienen una carga importante de veracidad, sin embargo, me permito deliberar sobre las preguntas que se me venían a la cabeza, mientras leía todo ello.

Teniendo como fuente y referencia el texto de Ricard Vinyes en el libro El Estado y la memoria (2009), el autor propone y describe otros aspectos de los estudios de la memoria. Partiendo de esos preceptos, puedo pensar en lo necesario que podría ser la resignificación del pasado, permitir la interacción de las nuevas generaciones que han venido después de quienes han vivido el conflicto en carne propia. Garantizarles el derecho de abordar su propia elaboración intelectual y emocional en relación a ese pasado. Un proceso de interacción que goce de mayor autonomía, lejos de la solemnizada transmisión de experiencias, del relato único y “unificador”. Como un monumento que no permite más que una mirada momentánea al pasado, un gesto de condolencia al paso; y eso es todo. Con ello, no se debe interpretar que esto conlleve a un negacionismo de los hechos, que no es lo mismo que un proceso de resignificación del pasado para darle una nueva dimensión a la comprensión de nuestro presente. Sin embargo, este proceso puede verse obstaculizado por aquella generación que sí vivió los hechos y/o por el Estado que busca hegemonizar con un relato único. 

La propuesta y reflexión que nos trae el autor es más bien lo que él llama el modelo de ágora. En donde se permita y se promuevan los diversos intercambios, diálogos y coexistencias de las diversas memorias, con el fin mencionado en líneas más arriba: lograr la interacción de las nuevas generaciones con ese pasado reciente, para resignificarlo, y que sirva para comprender las capas que subyacen en nuestro presente. 


Cito algunos párrafos:


En cualquier caso, memoria imperativa, unicidad discursiva y dolor director, han ido constituyendo un guion canónico casi universal, no sólo para las administraciones que han practicado políticas públicas, sino también para buena parte del movimiento asociativo memorial. El problema más notable de este modelo es que convierte el pasado fecundo, el pasado utilizable, en una memoria intransitiva. Es decir, una memoria que no admite, que no hace posible trabajo social, elaboración permanente, resignificación, porque no se puede decir nada de ella, no se puede distanciar nada, es una memoria acabada, es seca, y está cerrada al presente, porque en el presente conviven generaciones distintas con percepciones, con aproximaciones que conviene que sean libres, que no estén predeterminadas en la recepción del legado memorial y su valoración, un legado que tienen derecho a resignificar y revalorar.

[…]

El ágora es la convivencia de antagonismos, el abandono del canon; no es un distribuidor de memorias sino una garantía de resignificaciones, y por eso no ha sido pensado como un espacio interdisciplinario, sino de indisciplina, de fomento y estímulo del pensamiento, una institución sobre la responsabilidad ética de los ciudadanos.


Más allá del rumbo que había tomado la propuesta del LUM, es importante y necesario repensar ciertos puntos, o por lo menos, iniciar planteándonos ciertas preguntas, como por ejemplo ¿Realmente qué rol debe jugar el LUM en la constante disputa de memorias que lejos de ser solo una estela del pasado, ha retomado mayor vigencia en los últimos años? ¿Estábamos propiciando la coexistencia de las memorias?¿Se estaba propiciando algún tipo de reflexión profunda o se había caído en el acto vanidoso de tomar como grabados en piedra aquellas formas de leer el pasado propuestas hace más de veinte años? ¿Qué tipo de conversación e intercambio se puede fomentar entre el LUM, el Lugar de la Memoria de Ayacucho, el de Huancayo, y tantos más que existen a nivel nacional? ¿Acaso es imposible hablar de las distintas memorias, sin que esto implique dejar de poner en el centro a las víctimas, o no hemos sabido encontrar la forma de lograrlo?


Creo que con el énfasis que se coloca en la necesidad de resaltar la labor del LUM, también se hace urgente replantearse esa labor para responder a cabalidad a la coyuntura actual de las intensas disputas de lo narrativo y lo simbólico. Ir cediendo terreno de manera constante y sostenida, es imperioso decirlo: solo podía desembocar en las consecuencias que vemos al día de hoy con el abandono total del LUM. Y vienen por más, lo han dejado en claro.


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